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07-07-2020 |
Facebook: ¿Disciplinando al rebelde?
Hoenir Sarthou
Facebook –sí, la red social gigante, la que tiene mayor cantidad de usuarios en el mundo- está siendo declaradamente boicoteada por una larga lista de empresas, entre las que se cuentan, a título de mero ejemplo, Microsoft, Coca Cola y Unilever.
El boicot responde a una difusa campaña denominada “Stop Hate For Profit” (“No al Odio Por Dinero”), al parecer lanzada por ONGs defensoras de los derechos civiles, a la que se han sumado grandes empresas transnacionales, que han suspendido sus pautas publicitarias en Facebook, una medida que podria afectar también a Instagram y a Whatsapp, en tanto pertenecen al mismo grupo empresarial y son dirigidas por el CEO de Facebook, Mark Zuckerberg.
El objetivo declarado de la campaña es que Facebook se sume a las políticas de control de la información a las que ya se han plegado Youtube, Google y Twitter, es decir que suprima contenidos que, a juicio de los promotores de la campaña, “difundan fake news o inciten al odio”, cosa a la que, hasta ahora, Zuckerberg se ha mostrado algo renuente.
Según la información disponible, el boicot le ha representado ya a Facebook una pérdida en el valor de sus acciones que supera los siete mil millones de dólares.
Tal vez la mejor forma de apreciar el verdadero objetivo de la campaña sea atender a las expresiones de algunos de los responsables de la empresa “Patagonia”, una multinacional de la vestimenta y una de las empresas más recientemente sumada al boicot: “De elecciones seguras a la justicia racial pasando por una pandemia global, hay mucho en juego para sentarse y dejar que la compañía siga siendo cómplice de la difusión de noticias falsas y de discursos que fomentan el odio y el miedo”.
La participación simultánea de Microsoft y de las ONGs dedicadas a los derechos civiles, así como la inclusión de la pandemia entre los temas incuestionables, parece ser una marca de fábrica fácil de reconocer. Como quien dice, de los mismos autores de “Sé-empático-y-responsable” y “Quedate-en-casa”
La pretensión de controlar los contenidos de las redes sociales se remonta a algún tiempo atrás, cuando, bajo la justificación de limitar las “fake news”, surgieron en muchos países campañas e instituciones dedicadas a “verificar” la información circulante en las redes. Pero eso fue en el mundo pre declaración de pandemia. Desde que el coronavirus impuso el miedo, el encierro y la comunicación virtual en todo el mundo, la idea y la práctica de censurar la comunicación virtual y las redes sociales han tomado cuerpo y perdido todos los pudores.
La censura de videos en Youtube y de mensajes en Twitter lleva ya bastante tiempo, pero se hizo desembozada desde la declaración de la pandemia, cuando los videos y mensajes que cuestionaran la gravedad o los tratamientos del coronavirus empezaron a ser eliminados sistemáticamente. Algo más de un mes atrás, Twitter cuestionó públicamente la veracidad de un tuit del presidente Donald Trump, referido a un procedimiento electoral en los EEUU. Finalmente, desde el asesinato de George Floyd por la policía de Minneapolis y los disturbios raciales que el hecho aparejó, la pretensión de censura perdió todo límite y está siendo impuesta mediante campañas de desprestigio y presiones económicas, como lo es el boicot contra Facebook.
A primera vista, parece muy obvio que detrás de este fenómeno está en juego la próxima elección presidencial en los EEUU. Donald Trump, presidente y candidato detestado por algunos de los más poderosos financistas y empresarios globales residentes en EEUU, ha visto literalmente bombardeadas sus aspiraciones electorales por las consecuencias del coronavirus y por los incidentes raciales que siguieron a la muerte de George Floyd.
En ese contexto, las intenciones de los responsables del boicot, que proponen limitar la libertad de información y de comunicación justamente en temas electorales, raciales y relativos a la pandemia, son de una evidencia asombrosa. Literalmente, se proponen controlar y limitar la información en los tres temas que les son vitales para destruir al candidato que desean descartar.
Pero esa es sólo una primera lectura. Porque, globalización mediante, el disparo contra Trump afecta a la libertad de información y de comunicación de miles de millones de usuarios de las redes sociales en todo el mundo. Si twitter puede censurar un mensaje del presidente de los EEUU, imaginen qué hará con los nuestros.
Las redes sociales son hoy la más eficaz forma de difusión de información y de opinión, sin límites fronterizos. Como los Estados no pueden controlar lo que fluye en ellas, uno tiende a creer que la libertad y el acceso a la información son ilimitados. Sin embargo, las empresas que controlan a esas plataformas vienen a recordarnos que eso es una ilusión, que ciertos temas no pueden ser tratados y que ciertos contenidos pueden y serán eliminados. Mejor dicho: no ellas, sino quienes, detrás de ellas, tienen el poder para mover, a la vez, a las ONGs organizadoras de la campaña y a empresas como Microsoft, Coca Cola o Unilever, así como para imponerse sobre presidentes y estrellas de la telecomunicación, como Mark Zuckerberg, que tienen mucho dinero y poder, pero –como seguramente pronto quedará en evidencia- no tanto como para cortarse solos y aplicar una política comercial o comunicacional autónoma.
La batalla por Facebook, que puede parecer un incidente lejano del mundo desarrollado, es en realidad una pavorosa noticia sobre la naturaleza del mundo en que vivimos y, sobre todo, del mundo en el que viviremos nosotros y nuestros descendientes.
¿Quién determinará de aquí en adelante que una noticia es “fake news”, o que un discurso es “incitación al odio”, y los eliminará de nuestros muros y perfiles personales? ¿El CEO de Twitter, de Google o de Youtube? ¿Unas ONGs de dudosa financiación? ¿Algún tecnócrata o experto iluminado? ¿El grito de las tribunas en las mismas redes sociales? ¿Personas o intereses que no dan la cara pero confían en controlar a los CEOs, a las ONGs e incluso al grito de las tribunas?
La libertad de expresión y de comunicación presuponen que nadie es más que el resto de las personas, como para determinar que algo es absolutamente verdad o absolutamente mentira, o que ciertas opiniones no deben difundirse. Lo alarmante es que, probablemente, mucha gente aplaudirá la censura, convencida de que así se cuida su sensibilidad y se evitan expresiones que puedan herirla.
La noción de libertad de pensamiento y de expresión, que tardó miles de años y ríos de sangre para imponerse, está siendo destruida por la combinación de posibilidades tecnológicas muy modernas y mecanismos de manipulación muy antiguos.
El miedo, la fe ciega, la impotencia, la aceptación resignada de poderes de hecho y el odio a quienes se rebelan contra ellos, son recursos muy antiguos. Lo nuevo es que nunca habian podido aplicarse masivamente a toda la población del mundo. Ahora se puede.
Fuente: http://semanariovoces.com/facebook-disciplinando-al-rebelde-por-hoenir-sarthou/
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